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Diciembre de 1987 | ||||
El ateo que me llevó con Jesús |
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Cambio de milenio: está acabándose el año 2999 y, ¿quién dijo que la Navidad pasaría de moda? ¿Y quién dijo que al menos perdería el carácter religioso?
Definitivamente no. El mundo ha evolucionado, profundizando en el alma y la mente, desde más o menos el año 2000. Y aunque la filosofía no se ha convertido, como apoyaba Heinlein, en una ciencia matemática, lo cierto es que hoy día resulta casi indiscutible la existencia de un creador, y el más popular es Dios, el Dios del cristianismo católico y apostólico.
Así pues lo común es, en estas fechas, ver Belenes en todas las casas, y no árboles que, por otro lado, tendrían que ser artificiales, ya que los naturales están prohibidos, desde que al fin la gente quiso darse cuenta de que el mundo estaba muriendo, hacia el 2140. Aún resulta milagrosa la incompleta recuperación de nuestro planeta madre.
Este es el tiempo en que transcurre mi historia, su marco, y ahora pasemos a la acción.
Esta tarde han venido esos neoiconoclastas, que en esta época del año no hacen sino clamar contra los Belenes, que por otra parte se han constituido en un gran negocio de lujo, luz y movimiento. Y es que el consumismo es una verdadera plaga inextinguible.
El caso es que al ver mi Belén, sencillo y sin alardes, en vez de vociferar como en otras partes, han tratado de convertirme de modo pacífico. No les ha salido bien ya que, razonando, casi les hago aceptar la idea de que la adoración a través de las imágenes no implica la adoración de éstas.
Después me he quedado solo, y ha sido entonces cuando ha ocurrido:
Oí un ruido. No era como los ruidos que se pueden escuchar en una casa, era distinto. Después vi algo que se movía. No era mi perro, seguro. Era una persona. Lo siguiente que vi fue un hacha. Las hachas son objetos del pasado que en la actualidad no se utilizan, pero ésta estaba en manos de la persona.
En seguida supe lo que ocurría: era uno de esos ateos radicales, uno de esos locos antirreligiosos que desde hace algunos años se dedican a asaltar casas embelenadas por Navidad. Me consta que en el país ya han muerto por su causa unas cincuenta personas.
Yo no sabía, ni podía, ni quería, hacerle frente; pero él me vio. No supe qué hacer. Él corrió hacia mí, y yo corrí huyendo de él. Después de perseguirme por toda la casa me sentí agotado. Nunca he sido un buen deportista. Estábamos en el salón, junto al Belén. Él se me echó encima, y comenzó a dar hachazos a diestro y siniestro. Todos los golpes daban contra el Belén, destrozándolo. Yo estaba atrapado contra el diorama, y no podía sino evitar los hachazos.
De pronto el arma golpeó el tejado del establo donde estaba la Sagrada Familia, y me quedé en el sitio.
El fanático se estaba transfigurando, y noté que a mí me pasaba algo parecido. Todo se derrumbaba a nuestro alrededor. Los muebles ardían, incluso el metal y el cristal. El suelo cedió bajo nuestros pies, y me sentí en el vacío. Nuestras ropas eran ahora como de pastor. Aparecimos junto a un fuego, por la noche, con ovejas retozando alrededor. Comprendí:
Era la noche del Nacimiento del Señor en Belén, y mi compañero debía ser convertido, yendo a adorar a Jesús.
El ateo volvía a abalanzarse sobre mí, cuando un ángel bajó hasta nosotros. Él se quedó petrificado.
«Gloria a Dios en las Alturas, ha nacido el Hijo de Dios».
Primero me arrodillé, y en seguida cogí la mejor de las ovejas a mi alcance. No tuve que pedir al nuevo cristiano que hiciera lo mismo.
Caminamos hacia Belén, con el ángel como guía.
Antes de entrar en el pueblo nos desviamos, llegando a un establo, donde había tres personas: un hombre, una Mujer y un Niño, todos de una dulzura inexpresable, a la vez majestuosa y humilde.
Instintivamente nos arrodillamos ante el Niño, ofreciéndole nuestras ovejas. Me sentía mejor que nunca en mi vida. Mi compañero lloraba. El Niño me miró y sentí que había cumplido mi misión. Volví a estar rodeado de vacío, aunque esta vez sin destrucción. Entonces oí una voz; la del que fuera mi atacante:
«Adiós y gracias».
«A ti. Yo no he hecho nada... ¿Te quedas?».
«Sí, aunque no en Belén. Esperaré mi momento junto al Tiberíades».
«Entonces adiós».
Me encontré arrodillado ante el Nacimiento, ahora en perfecto estado, y di gracias a Dios.
Escrito: 198712 Incorporado en Esos pedacitos de muerte: 1996 Publicado en JTô: 200602062040 2 críticas recibidas
Besos
Besines, nos vemos el sábado?? |
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